Salto Ángel

La noche de luna nueva del 12 de agosto de 2003, de paseo con parte de mi familia, viví mi experiencia a nivel espiritual más enriquecedora hasta este momento. Tuve el privilegio de sentir una conexión inigualable, una que trascendió mis sentidos, que me permitió conocerme profundamente y a su vez, estar eternamente agradecido con Dios y toda la creación.

Ese inolvidable paseo incluyó en su itinerario al Estado Bolívar, aquí en Venezuela. La parte más especial fue, sin duda, la visita al majestuoso y formidable Salto Ángel o Kerepakupai Merú: “salto del lugar más profundo” en la lengua autóctona pemón (pueblo amerindio que habita en la cuenca del río Caroní, en la región sudeste del estado venezolano de Bolívar). Para llegar a él, tomamos un vuelo en avioneta de 45 minutos de duración desde la capital del estado, Ciudad Bolívar, hasta el pueblo de Canaima, abordando desde allí una curiara -embarcación de vela y remo que usan los indios de América del Sur, menor que la canoa, y más ligera aunque más larga- para navegar a contracorriente por el frío, caudaloso y embravecido río Carrao, nada menos que durante cuatro horas hasta la base del Auyantepuy, “montaña del diablo” según los pemones

El Auyán-tepuy es el tepuy -formación rocosa muy grande y elevada, aislada, de pendiente vertical y cima plana, propia del macizo guayanés- desde donde desciende la cascada más grande del mundo (979 metros de altura), y el conglomerado de tepuyes donde se halla pertenece a una de las formaciones geológicas más antiguas de nuestro planeta, datando desde la era misma de la formación de la Tierra.

Desde el pueblo de Canaima hasta la base del campamento Isla de Ratón son al menos cinco horas de recorrido en la curiara, siendo lo más difícil el tener que mantener los viajeros durante toda la travesía un sincronizado equilibrio en la angosta embarcación, sabiendo que, de no tenerlo, fácilmente se corre el riesgo de voltearse la misma y naufragar en aguas de bajísima temperatura y rapidísimo caudal. Al llegar a la Isla de Ratón, sitio de acampada, faltaba por recorrer unos 45 minutos de tupida selva hasta llegar al mirador desde donde se ve, en su esplendor máximo, el Salto Ángel.

Cuando comencé este relato referí con certeza la fecha y el ciclo lunar que correspondió a la misma y eso tiene su razón de ser: en Venezuela hay dos estaciones climáticas bien marcadas, verano e invierno, la primera va desde el mes de diciembre hasta abril y la segunda desde mayo a noviembre. Siendo que la fecha del viaje referido fue en la mitad del mes de agosto, es fácil inferir que para el momento había abundantes lluvias, más aún en aquel selvático y húmedo lugar. 

Lo cierto del asunto es que aquella noche hubo, como era de esperarse, bastante frío, nubosidad y una suave e interminable lluvia. El campamento quedaba en un sitio estratégico para la observación, despejado de vegetación y con el Salto en todo el frente, pero como era normal para la fecha por su altitud, tupido de nubes parecidas a motas de algodón.

Mi familia estaba extenuada al igual que nuestros pemones guías, también lo estaba yo, pero algo dentro de mí me indicaba que no debía acostarme a pesar de las condiciones, así que como un amante total de la lluvia, me desperecé y salí a recargar energías bajo las profusas gotas que caían en plena oscuridad (porque en el inhóspito sitio no llegaba servicio eléctrico). Bajé unos 20 metros, quizás hasta el río que descendía del gran Salto, me senté en una gran roca en su orilla, metí los pies en la gélidas aguas y me integré plenamente a la fascinante naturaleza circundante. Poco a poco me fui dejando caer en la roca, cerré mis ojos y me dediqué a oír el flujo del agua que corría (mi sonido favorito). Mientras les relato todo esto, créanme, siento vívido aquel derroche de energía. 

Al poco rato de estar en aquella posición, sentí como era de esperarse un entumecimiento en mis pies, producto de la gelidez de las aguas. Sin abrir los ojos, los retiré del agua y me acomodé mejor en la gran piedra. Pasado otro momento dejó de llover y yo seguía allí, impertérrito ante todo cuanto me rodeaba y, embebido ante los armónicos acordes del vaivén de las aguas, casi estuve a punto de dormirme cuando de pronto sentí una gran luz que me sacó de aquella fría comodidad. Junto con la lluvia se habían retirado las nubes que cercaban el Auyán-tepuy dando paso libre a la luna llena; la intensidad de aquella luz en segundos opacó mi disfrute musical.

Cuando asimilé que un frío mayor al que yo podía soportar se había metido en mis huesos, me dispuse a levantarme de la irregular cama que me albergaba y, al intentar incorporarme, no pude hacerlo. Y no, no era el frío que habitaba en mí el que no me permitía erguirme para levantarme. La intensa luna llena de aquella lluviosa noche de agosto iluminó con todo su poder el Salto entero, el mar de aguas que se dejaban caer desbordadas, el tallado tepuy desde donde descendía, los casi plateados árboles que todo circundaban, las blancas nubes en retirada y el fulgor de estrellas que iban apareciendo para completar aquel festín natural.

Aquella noche de luna llena entendí lo que era la perfección, establecí una complicidad inigualable con una de mis pasiones: el agua. Puedo afirmar sin temor a equívocos que tuve una experiencia mística personal. Esa noche reí, lloré, todo sin poder refrenarlo y, sin buscar nada siquiera, llegó a mi mente -y casi sin saberla- aquella increíble canción de Violeta Parra, “Gracias la vida”, la que canté con mi terrible y casi congelada voz y en mi más profunda soledad -por cierto, una hermosa versión de la canción la lleva casualmente Soledad Bravo-, esa canción describe con bastante certeza entre sus letras el episodio que yo estaba viviendo.

Esa noche, a mis 22 años, por vez primera pude ver dentro de mí -cosa que ni siquiera buscaba-, ausculté con lupa dentro de mi corazón, me organicé interiormente en muchos aspectos, le eché una ojeada a los actos más importantes que había vivido hasta ese entonces y decidí ser mejor persona de lo que quizás fui. En fin, ya en días posteriores supe que todo eso se llamaba introspección

Aquella inolvidable noche en la que estuve desde las 9 de la noche hasta quizás las 3 de la madrugada conociéndome pude también evaluar mis experiencias vividas, buenas y no tan buenas; hasta me propuse aprovechar los aprendizajes que sin dudas todas dejan. Asimismo esa noche valoré todo cuanto poseía, de la misma forma luego aprendí que ese acto se llamaba retrospección.

Ese 12 de agosto fui una persona muy afortunada. Estuve en solitario frente a una de las maravillas naturales del mundo, en una noche obscura y lluviosa, donde las condiciones naturales eran las menos adecuadas para poder apreciar la caída de agua más grande de todo el planeta (que se conoce). Esa noche la vida misma se encargó de darme aquel regalo: una persona entre miles de millones estaba allí y era yo (seguramente otras personas han pasado por lo mismo pero esa noche solo yo lo era). Esa noche agradecí tanto y tanto; esa noche hablé con Dios. Aquella noche fui feliz.

Autor: Itser González

Orgullosamente venezolano. Ingeniero de profesión, sociólogo de corazón y juglar en construcción. Apasionado de la conducta humana y ciego amante de las palabras.

6 pensamientos en “Salto Ángel

  1. Gracias a todas, me complace les haya tocado el corazón mi experiencia, ciertamente fue algo único y vaya que me costó intentar describirlo, ósculos y amplexos..

  2. Buenas noches, son muchísimas ideas que fluyen en mi mente, pero pocas palabras para expresar tan bello y excéntrico relato, diría hermoso relato, emanado de una gran emoción como lo cuentas, además siento que sentiste la presencia de un ser supremo que es DIOS TODOPODEROSO, sinceramente me gustaría visitar tan exuberante lugar!

  3. Hermosa experiencia! Un mismo lugar, vivencias diferentes! Fíjate yo fui de luna de miel, indiscutiblemente un paisaje exótico, formidable, espectacular, una belleza inigualable no tenemos nada que envidiar de otros países. Gracias por este relato que me llevó de vuelta aquél bello lugar pero ésta vez me dejé impregnar de esa agua armoniosa y muy sonora al compás de la luz brillante de esa luna de Agosto.

  4. Realmente se me hace piel de gallina con esa descripción tan hermosa… fue una noche particular, en un ambiente único y mágico con una luz natural que te llevó a ese mundo interno que se exteriorizó con distintos sentimientos. Belleza!!

  5. Gracias mi amor, ciertamente fué una experiencia tan única como enriquecedora….

  6. Excelente relato, me haces soñar y querer practicar esa introspección tan bien definida, cuánta magia y cuánta verdad en tus palabras, te felicito por la vivencia y el conocimiento adquirido de esa experiencia.

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